La variabilidad, una constante en nuestro clima
Siguiendo con la temática referente a identidades conceptuales como tiempo y clima, y a fenómenos (o tendencias de las variables atmosféricas o climatológicas) como el calentamiento global y el cambio climático, resulta interesante esta vez adentrarnos en la concepción de lo que se conoce como variabilidad climática, sus escalas temporales y los fenómenos que se le asocian. Esto con el fin de hacer un aporte a la comprensión de la situación actual, en la que somos agentes activos en la determinación de condiciones de vida propicias o no para el afianzamiento de las generaciones actuales y su continuidad en las generaciones futuras. Y cuando hablo de condiciones, hago referencia al entorno ambiental que envuelve o rodea al ser humano para permitir su desarrollo como especie viva, lógicamente haciendo hincapié en el clima, objeto principal de este escrito.
Desde tiempos remotos, o más bien desde su aparición, la vida del hombre ha estado ligada por completo a las condiciones climáticas de su entorno físico. Estas, han moldeado sus hábitos, sus rasgos culturales, han sido determinantes en la expansión o contracción de la población en determinados momentos de nuestra historia, en la escasez o abundancia de alimentos (y a su vez en la práctica del nomadismo o el sedentarismo), en las estructuras jerárquicas de sus sociedades, y en sus creencias. Tal como son determinantes hoy, aunque generalmente omitimos esa realidad creyendo en la perpetuidad de las condiciones de equilibrio climático que conocemos y en las cuales hemos vivido por mucho tiempo..
Ese continúo cambio de las condiciones climáticas a través de la historia, estudiado y conocido gracias a los métodos directos e indirectos de estudio de los climas del pasado propios de la Paleoclimatología, y generados por diversidad de factores naturales internos o astronómicos, a pequeña o gran escala temporal, ayudan a configurar, a través de su conocimiento, lo que constituye variabilidad climática y cambio climático; y a salir un poco de las confusiones y ambigüedades en las que se cae cuando se tratan estos temas. Sobre lo primero trataremos a continuación.
Si ahondamos un poco en la Paleoclimatología podemos conocer a grandes rasgos la continua sucesión de cambios climáticos que ha experimentado nuestro planeta; caracterizados por la superposición progresiva de unas condiciones de equilibrio sobre otras, manifestados en la intercalación entre épocas cálidas y glaciaciones (cuando nos remitimos a períodos más remotos en donde la unidad de medida es el millón de años e incluso cientos y miles de millones de años), o como a partir de períodos más recientes (los tres millones de años atrás cuando se acentuó el enfriamiento, donde a lo sumo hablamos de de miles de años), entre períodos glaciares e interglaciares.
Esas condiciones de equilibrio a las que se hace referencia y que han sido relativamente constantes en el tiempo y en el espacio durante períodos apreciables, es lo que conocemos como clima. Claro está que su definición teórica es más sofisticada. Pero lo pertinente es resaltar que el clima está relacionado con el concepto de permanencia y que tiene como objeto el análisis de procesos atmosféricos en torno a sus valores promedios, los cuales son producto de de la evaluación continua de observaciones en largos períodos de tiempo, y que son conocidos como Normales climatológicas. Estas son fundamentales para definirlo y compararlo.
Ahora, cabe señalar que el clima de la tierra depende del balance radiativo; es decir, del equilibrio en que se encuentra al emitir tanta energía como la que recibe. Este balance radiativo está controlado a su vez por factores forzantes, factores determinantes y por la interacción entre los subsistemas constituyentes del sistema climático.
Los factores forzantes por excelencia son la energía electromagnética proveniente del sol, que es la fuente de energía que acciona los procesos atmosféricos, y el efecto invernadero propiciado por la presencia de gases como el vapor de agua, el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso, etc., en la atmósfera. Los factores determinantes son las condiciones físicas y geográficas que influyen en aspectos relacionados con la transferencia de energía y calor. Entre las cuales podemos mencionar la latitud, la elevación, la distancia al mar, la composición del relieve, la hidrografía, y la vegetación como los más significativos. El sistema climático está constituido por la porción del planeta en la cual se producen las interacciones físicas que condicionan el clima de la superficie, a saber: la atmósfera, la hidrosfera, la criosfera, la litosfera y, por supuesto, la biosfera, de la que hacemos parte. Estos subsistemas son altamente interactivos dada la gran superficie de contacto entre sí y sus dimensiones, especialmente la horizontal.
Teniendo en cuenta lo anterior y dada su característica estabilidad (consecuencia de las estadísticas calculadas en períodos más largos que los propios de la variación de tiempo meteorológico), el clima presenta fluctuaciones a escalas relativamente cortas que es lo que se conoce como variabilidad climática, la cual está asociada con el registro de datos por encima o por debajo de las normales climatológicas. La diferencia registrada entre la variable analizada con respecto a la normal climatológica se conoce como anomalía.
Entonces, la determinación de la variabilidad climática se logra mediante la determinación de las anomalías, las cuales se hacen evidentes cuando los valores de las variables climatológicas (temperatura, presión atmosférica, humedad, precipitación, etc.) fluctúan por encima o por debajo de sus valores promedios.
Las escalas temporales más significativas en que se presenta este tipo de variación están dadas en orden mensual, estacional, anual y décadal (también se pueden dar en intervalos temporales más largos), presentando fenómenos asociados para cada uno.
Por ejemplo, la variación estacional, a la que corresponde la fluctuación del clima a escala mensual y la determinación del ciclo anual de los elementos climáticos, está asociada a la secuencia de las estaciones de invierno, primavera, verano y otoño en latitudes medias; y a la alternancia de temporadas lluviosas y temporadas secas en latitudes tropicales, producto, principalmente, de la migración de la zona de confluencia intertropical (ZCIT), que es una de las más importantes fluctuaciones climáticas asociadas a esta escala.
Existe una variabilidad intraestacional que es de las menos estudiadas y está fundamentada en las evidencias que existen de oscilaciones que dentro de las estaciones determinan condiciones de tiempo durante decenas de días o de uno a dos meses. Dentro de estas oscilaciones se destaca una señal de tipo ondulatorio denominada de 30 – 60 días u oscilación de Madden-Julian (OMJ). Esta oscilación se distingue por los amplios sistemas de precipitación que se desplazan por los trópicos, sobretodo sobre los océanos Indico y Pacífico, aunque también tiene incidencia en el atlántico tropical. Su pronóstico es fundamental, ya que está asociada a la formación o inhibición de los ciclones tropicales; además, afecta también el tiempo en latitudes medias durante el invierno.
La variabilidad interanual acopla las variaciones climatológicas que hacen presencia de año en año, y puede estar relacionada con el balance global de radiación. Uno de los fenómenos enmarcados dentro de este tipo de variabilidad es el tan estudiado y conocido Niño – Niña (ENSO). Un fenómeno océano-atmosférico de escala planetaria que se presenta desde tiempos remotos (en el siglo XIII ya era conocido por los incas. Le llamaban “Timpu Llato”: tiempo caliente) y que tiene como principal escenario de actuación el océano pacífico tropical. Su presentación es tan irregular como sus consecuencias, pero definitivamente está ligado a la variabilidad del clima a corto plazo.
Los fenómenos asociados a las escalas temporales señaladas están caracterizados, a su vez, por fenómenos de tiempo atmosféricos de diferentes dimensiones espaciales y grados de intensidad que impactan de forma significativa el desarrollo de las actividades del ser humano en diferentes lugares o regiones donde son característicos. Hacen parte de la fluctuación normal del clima y por si solos no constituyen, por muy extremos que sean, fundamento valido para hablar de cambio climático. Solo cuando las anomalías obedecen a una tendencia de largo plazo (30 años o más) y se modifican los patrones normales, podemos hablar en estos términos, aunque a veces con cierto maquillaje propagandístico, y en diferentes vías, se nos intenta confundir.
Sobre el calentamiento actual y su tendencia no existe discusión, hay suficiente consenso. Está documentado hasta la saciedad que a partir de 1860 con la finalización de la pequeña edad de hielo, entramos en un período de calentamiento (aunque han existido períodos cortos de enfriamiento) que aún hoy persiste y probablemente se extenderá. Donde no existe total consenso científico es en cuáles son los factores forzantes de ese incremento progresivo de la temperatura media global. ¿Natural, antrópico o ambos a la vez? De ser los dos ¿Cuál tiene mayor incidencia? Son algunas de las preguntas más frecuentes y a las que se busca responder con más certezas.
Pero independientemente de las respuestas, tenemos que hacer nuestra parte.
Nelson Vásquez Castellar
www.elobservadorm.blogspot.com
Fuente: Atlas climatológico de Colombia - IDEAM
El cambio climático global - Vicente Barros
El largo verano - Brian Fagan
Fotografía de la galería de JFabra en Flickr (cc)