No es fácil abordar un tema tan amplio y tan complejo como es el Desarrollo sostenible, dado el gran número de variables que entran en juego, la problemática que alrededor de este se genera y la discusión que sobre ello se plantea a nivel orbital; pero es precisamente, gracias a esa misma dificultad, que se hace un tema interesante y mucho más cuando nos percatamos del gran significado que encierra en nuestros días, especialmente cuando lo abordamos a la luz de la gran bandera del capitalismo y del mundo industrializado: El crecimiento económico.
El término Desarrollo sostenible hace referencia al manejo o utilización racional y consciente de los recursos naturales con el objetivo de preservarlos para beneficio propio y de las generaciones futuras, tal como lo deja ver la comisión de medio ambiente y desarrollo de las naciones unidas a través del informe Brundtland y según el principio III de la declaración de Río, aún vigentes: “Un desarrollo que satisfaga las necesidades del presente sin poner en peligro la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. Pero del trasfondo de esta definición vale la pena sacar a la luz, que aunque a primera vista el término resalte una clara preocupación por el medio ambiente, no responde a temas únicamente ambientales, sino que amplía la visión mucho más allá de este campo y la sitúa en la viabilidad de la vida misma sobre la faz del planeta, bajo condiciones lógicas de estabilidad social que abarquen a las mayorías, y de manejo óptimo de recursos naturales como condición indispensable de equilibrio y mantenimiento de condiciones dignas de desarrollo humano.
Situándonos en este esquema teórico podemos llegar a la conclusión de que el objetivo y fin último hacia donde deben confluir los esfuerzos de los actores políticos, económicos, sociales y ambientales es hacia la consecución de condiciones que posibiliten el acceso masivo de la población mundial al desarrollo, no solamente de forma sostenible, sino, además, continuable. Pero lamentablemente en nuestros días los intereses van hacia otro camino que, además de ser contrario, es egoísta e implacable: la riqueza económica a costa de nuestra propia estabilidad y subsistencia.
Y aquí hago alusión a lo expuesto por el ambientalista Bill Mckibben cuando dice: “Juzgamos casi cualquier respuesta a partir de la siguiente pregunta: ¿esto hará que la economía crezca? Si la respuesta es afirmativa, la aceptamos, ya se trate de la globalización, la agricultura a gran escala o la explosión suburbana.”. Los acontecimientos actuales, las desigualdades económicas y los desequilibrios ambientales y sociales así lo confirman:
Cada día toma más fuerza, ante la desaprobación de muchos, el fundamento científico que asocia el aumento de la intensidad y frecuencia de los fenómenos naturales violentos con el efecto producido por las prácticas industriales desarrolladas por el hombre en la elevación progresiva de la temperatura promedio del planeta, así lo detalla Kerry Emanuel, profesor del instituto Tecnológico de Massachussets, en un artículo publicado unas semanas antes de que el huracán Katrina azotara al Golfo de México, y en el cual demostró que la duración y fuerza de los huracanes habían aumentado de manera lenta, pero constante, en el transcurso de una generación. Sin embargo, los esfuerzos que se hacen por frenar nuestro frenético rumbo hacia un cambio climático de connotaciones severas no son suficientes y requieren de mayor voluntad de aquellos actores que se sirven de la producción masiva de elementos nocivos para el equilibrio del clima; situación que se palpa ante la negativa de algunas potencias industriales por firmar el protocolo de Kyoto, que compromete a un grupo de países catalogados como los más industrializados a disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, por razones, como ya sabemos, eminentemente económicas.
Y es que la situación es alarmante, según el científico británico James Lovelock, Inventor del instrumento que detecta el desgaste de la capa de ozono, ya hemos liberado demasiado dióxido de carbono hacia la atmósfera, y predice que es inevitable un calentamiento global extremo e irreversible. A esta voz se le suma la del climatólogo de la NASA, James Hansen, quien dice que no se puede permitir que la tendencia del cambio del clima se mantenga así otros 10 años, de hacerlo, con el tiempo la acumulación de emisiones de dióxido de carbono provocará tales cambios que darán como resultado un planeta prácticamente diferente.
En estas instancias, vale la pena preguntarse: ¿será que es posible un desarrollo sostenible cuando atentamos contra nuestra propia supervivencia?¿hasta donde el capitalismo voraz puesto en práctica por algunas economías desarrolladas, seguirá relegando al ideal noble de trabajar en equipo por un cambio posible que involucre a todos?¿es el fin el crecimiento económico o lo es el desarrollo humano?¿acaso el desarrollo sostenible y continuable no involucra, además de lo económico, a las esferas social y ambiental?¿será posible en las condiciones actuales?.
Pero la cosa no para allí. Más allá de lo que sucede a nivel ambiental, climático y atmosférico es necesario tener en cuenta lo que a nivel social acontece. A diario nos espantamos de las crisis diplomáticas entre naciones y las consecuentes guerras en que desbordan, muchas de las cuales si las analizamos detalladamente, tienen, también, un trasfondo económico; y no sólo en la actualidad, sino que a lo largo de la historia esta ha sido la constante. Y mientras el tiempo avanza, la discusión sobre los mejores mecanismos para llegar a un nivel de desarrollo que posibilite la consecución de una vida digna para el ser humano se estanca y se desvía ante la mirada pesimista de millones de personas que sufren los estragos de las malas decisiones de las esferas de poder de nuestro planeta.
El desafío sigue en pie a pesar de todo. Y es un desafío que tenemos que afrontar todos, pero quiero resaltar la labor que tienen que desarrollar aquellos que están involucrados con los sectores empresariales industriales, especialmente los que toman decisiones: Gerentes y empresarios. De ellos depende, en parte, que se revierta un poco la tendencia nefasta que llevamos hacia el futuro. Es necesario echar mano de la contribución activa y voluntaria de las empresas hacia la sostenibilidad, en pocas palabras de la RSC, la responsabilidad social corporativa o empresarial y sus cinco pilares fundamentales: Calidad de vida laboral, Medio ambiente, Comunidad, Marketing y comercialización responsable, y Ética empresarial.
Nelson Vásquez Castellar.
www.elobservadorm.blogspot.com
Comenta en Facebook