¿Se expande o se contrae la brecha?

Ahora que la situación financiera mundial está en declive es necesario seguir apuntando hacia el problema de fondo.   Hacia la gran deuda que el capitalismo occidental no ha podido saldar.

Hacia la gran incógnita que nos embarga a la hora de pensar sobre el destino que le espera a la humanidad cuando en nuestros días los grandes poderes centran su atención en disputas políticas banales cuyo trasfondo es meramente económico, hoy cuando en esa carrera frenética por alcanzar dominio a través de una concepción maximalista, nos llevamos de paso la posibilidad de desarrollo de las generaciones futuras.  Hacia el caballito de batalla de la retórica política de nuestros líderes, hoy más abundante y asentada sobre el fundamento de un modelo neoliberal caracterizado por el individualismo y el materialismo, y abanderando una supuesta libertad de mercado inexistente (o por lo menos no perfectamente como lo suponen los postulados de las teorías que defienden el libre mercado), que ha demostrado ser incapaz de lograr sus supuestos objetivos en lo que socialmente se refiere.   Nada más ni nada menos que hacia la esperanza de ver un mundo en donde las asimetrías en torno al factor riqueza, si no desaparezcan, por lo menos disminuyan.  Hacia el flagelo de la desigualdad y la búsqueda de soluciones en pos del ideal de una humanidad más igualitaria. 

El tema cada día es más citado, desde los claustros universitarios hasta en los foros, convenciones y cumbres entre naciones y organismos multilaterales. Cada vez se fijan metas más agresivas en torno a la disminución de la pobreza y la inclusión de las mayorías, que hoy se encuentran en niveles deplorables de calidad de vida, al desarrollo; pero lejos de poder alcanzarlas, el problema se acrecienta y seguimos asistiendo a la cada vez más marcada polarización de la población mundial en torno al ingreso, a la progresiva desaparición de los términos medios y a la acentuación de la clasificación entre ricos y pobres. Pero vale la pena preguntarnos el ¿Por qué? de esta situación, ¿Cuál es la razón de que la brecha entre los que tienen mucho y los que no tienen nada, lejos de contraerse, se expanda? La respuesta no es fácil, pero si es lógica. Es un problema de fondo, de principios. 

Sale inmediatamente a relucir la formula, I + M = D, es decir, individualismo mas maximalismo igual a desigualdad, todo ello al amparo de una concepción económica que favorece la concentración antes que a la distribución, al deseo antes que a la necesidad y a la explotación del hombre por el hombre. Una concepción, hoy generalizada, que considera al capital como el más preciado de los dones de la humanidad, principal arma de poder y, desafortunadamente, mecanismo de opresión. 

El individualismo, visto desde la óptica de que los intereses propios están por encima de los ajenos, hace mella desde el plano persona contra persona, como en el de nación contra nación (y lógicamente pasando por el de organización contra organización) favoreciendo a aquellos que ostentan el control de los medios tradicionales de producción, la tecnología, la fuerza militar, y, por ende, la mayor capacidad de influir o sobornar estamentos políticos y económicos en aras de su codicia. 

El maximalismo, el deseo egoísta de maximización sin limites de todo lo que represente riqueza y beneficio, y hermano siamés del individualismo, se vio favorecido desde los tiempos de la revolución industrial y la aparición de la administración científica y los principios generales de administración propuestos por Taylor y Fayol respectivamente, y en los actuales momentos constituye uno de los ejes conductores y pilares fundamentales de la estructura académica ( y si se puede llamar ideológica) que sustenta el pensamiento administrativo y la gestión empresarial occidental. 

Estos elementos unidos han contribuido, mediante la aplicación de los principios y teorías que los sustentan, a que en las economías de las mal llamadas naciones tercermundistas, se muestren supuestos incrementos en los niveles de crecimiento económico pero a la vez, la prevalencia (o también el incremento) de los niveles de pobreza y sus más puntuales caracterizadores; es decir, el hecho de obtener incrementos en el PIB no compensa o contribuye efectivamente en la eliminación de aquella (representada generalmente por las mayorías mas vulnerables), lo que genera una concentración de esa riqueza (la no distribución o la no inversión social que corresponde) en pocas manos (generalmente en las altas esferas de poder representadas tanto por organismos privados como públicos) dando paso a que se acentúen cada vez más las desigualdades, y por ende, grandes desequilibrios en la estabilidad social de dichas naciones. 

A todas estas, es bueno considerar tres puntos, entre los muchos que hay, citados por el profesor Omar Aktouf en su libro “la estrategia del avestruz racional”, que prevalecen dentro del orden económico actual y que sirven de soporte a lo aquí expuesto: 

1. Que el recorte en la inversión social es todo lo que se quiera, menos una nueva forma de exigencia singularmente bárbara en este período de pauperización generalizada. Al contrario, debe ayudar al sostenimiento de los beneficios privados y a la protección de los intereses del gran capital privado, siempre en detrimento, de contribuir con el más necesitado. 

2. Que el conjunto de lo que constituye el planeta viviente o no (o el mismo cosmos), no es más que un gran conjunto de “stocks”, puesto a disposición de empresarios, creadores del dinero, quienes no hacen más que servirse de él, sin retención ni limites. Es así como se habla oficial y doctamente de “stock de petróleo”, “stocks forestales”, y en general, de “stocks de mano de obra”. 

3. Que el acaparamiento de las riquezas por una minoría es confundida con la producción de las riquezas para todos. Por ejemplo: el 10% de los americanos posee el 90% de las riquezas de los Estados Unidos, el 5% de los franceses posee el 40% de la riqueza francesa, el 20% de los habitantes del planeta se abastece del 83% de lo que el mismo planeta produce, el 1% de los americanos posee el 75% de las acciones de todas las empresas de toda América. 

La globalización tal como está planteada no logrará una significativa inclusión de esas mayorías al desarrollo. Para ello necesita ser reformada desde sus cimientos, necesita ser redefinida, de lo contrario todo continuará igual y las distancias, lejos de acortarse, se incrementaran. No solo se deben cambiar las modalidades y formulas, sino los fundamentos, las bases claves de las relaciones entre capital, el trabajo y la naturaleza. El salto es ahora, y más aún cuando existen pruebas fehacientes de que la intervención desmedida del hombre está causando modificaciones en el ambiente que ponen en riesgo su propia supervivencia. 

 

Nelson Vásquez Castellar

www.elobservadorm.blogspot.com

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