(por Joyce Nelson) Todavía recuerdo la única vez que vi llorar a mi abuelo. De esto hace ya mucho tiempo, cuando yo era una niña – pero es de las cosas que se quedan en los recuerdos. Mi abuelo Ted había vendido hacía poco su granja, así que cuando me lo encontré sentado en el porche y llorando en silencio, pensé que si lloraba es porque echaba de menos su granja. Pero no, no lloraba por la venta de la finca (era ya un hombre muy viejo y probablemente había llegado la hora de retirarse). No, estaba triste por otra razón.
(fotografía de Sandeepachetan, CC BY-NC-ND 2.0)